martes, 19 de abril de 2011

Capítulo 1.- Insuficiente

Una noche más, el reloj de la habitación marcaba las doce en punto. Estaba acostada en mi cama, tapada con mis sábanas de ceda desde los pies hasta el cuello.
Vi con ojos entrecerrados y con la luz que emitían las velas—que había prendido discretamente hacía una hora para esperarlo—como aquel hombre misterioso se escabullía y entraba por la ventana que daba hacía el balcón. Empecé a temblar por el miedo que me provocaba.
Se sentó en la silla que estaba en la esquina de la habitación, junto al reloj de péndulo.
—¿Estás despierta?—preguntó. Esa era la primera vez que lo escuchaba hablarme desde que me visitaba hacía un mes.
—¿Quién eres?—pregunté con voz ahogada.
Se levantó del asiento y se acercó a la cama. Se quedó parado a medio metro de mí y me miró directo a los ojos.
Era muy alto y estilizado, e iba de traje negro de gala y con capa. Por lo general cuando me visitaba usaba un sombrero de copa, pero era la primera vez que se acercaba y en ese momento no lo llevaba, así que dejaba al descubierto su espesa cabellera castaña que parecía desarreglada y le llegaba un poco por debajo de las orejas.
—Me llamo Marcus—dijo con su voz de joven mientras sonreía.
La luz que me proporcionaban las velas era suficiente para ver sus rasgos. Era apuesto, con rasgos finos, nariz recta, labios carnosos y rosados, dientes blancos y perfectos y ojos grandes, de color verde.
—¿Cuál es tu nombre?—preguntó un momento después de responderme.
—Caroline—dije mientras me sentaba en la cama.
—Caroline, que hermoso nombre—dijo, dando un paso más hacia mí.
—¿Qué estás haciendo aquí?—pregunté a la defensiva.
—Nada realmente—dijo encogiendo los hombros y sonriendo seductor—, solo admirando tu belleza.
—Pues… gracias—dije con inseguridad, confundida—. ¿Puedo preguntarte algo?
—Adelante.
—¿Estoy soñando?—le pregunté.
Se echó a reír con una ligera carcajada.
—No, no lo estás, aunque tú pareces mi sueño hecho realidad.
—¿Por qué estás aquí?—le  pregunté una vez más.
—Porque quería verte—dijo sentándose en la cama, junto a mí.
—¿Por qué querías verme?—pregunté abriendo mucho los ojos.
—Porque desde hace años te busco—dijo con voz de felicidad.
—¿A mí?—pregunté sorprendida.
—No tienes porque recordar por qué te busco—dijo algo decepcionado.
—¿Recordar? Dime por qué—exigí saber, decidida, pero con voz suave. Estaba confundida.
—Lo sabrás después. Por ahora me marcho. Descansa esos hermosos ojos grises—dijo, entonces tomó mi mano y la besó, como todo un caballero.
No pude evitar ver el contraste de nuestra piel. Yo era muy blanca, albina, prueba de ello era mi cabello pelirrojo y mis ojos grises, pero su piel era tan blanca como la mía y sin embargo su cabello no era ni rubio ni pelirrojo, era simplemente castaño.
Caminó con elegancia hasta el balcón y saltó. Yo, sorprendida, me desenredé de las sábanas rápidamente y fui corriendo hacia el balcón. Me asomé al suelo, pero no había nadie…
Regresé a la cama, sin poder creerlo, y recogí las sábanas que había tirado en mis prisas.
Ya no estaba cansada. ¿Cómo podría estarlo una joven de dieciséis años que recién había sido visitada por un apuesto hombre misterioso? Eso hubiera sido un escándalo si alguien se hubiera enterado. Solo de pensar lo que diría mi madre: “¡Un hombre en el cuarto de una señorita! ¡Nadie se casará contigo ya!”.
Definitivamente no podría dormir, así que bajé a la cocina, descalza y solo con mi pijama, que era una bata blanca de algodón.
Bajé por las anchas escaleras de madera, que estaban adornadas con querubines tallados en las barandas. Al llegar a la sala oscura—solo iluminada por la luz de la cocina que estaba a la vuelta y cuyas luces siempre se mantenían prendidas durante la noche—me miré en el espejo. Mi cabello estaba ligeramente enmarañado, pero caía en cascada, ondulado hasta un poco por encima de mi cintura.
Suspiré. Los preciosos vestidos caros de mi madre jamás me quedarían. Yo era mucho más menuda y liviana que ella, pero también mucho más alta. Incluso mi hermana, Beatriz, se parecía más a ella. Seguro ella sería la que se quedaría con sus vestidos, de todas maneras ella era la mayor.
Seguí mi camino hasta la cocina y me serví un poco de agua.
Un joven y apuesto hombre… pensé. ¿Cuántos años tendrá? ¿Quizá veinte? No parece mucho mayor que yo…
Sí, me gustaba aunque pareciera una locura, pero ya estaba comprometida. Mi matrimonio con el hijo de la familia rica de los Rumsfeld, había sido arreglado desde hacía dos años, cuando el joven Arnold Rumsfeld tenía apenas dieciséis años. Tampoco es que yo quisiera casarme, de hecho no quería casarme, al menos no con alguien que yo no hubiera elegido, pero los matrimonios arreglados eran tan típicos que uno terminaba por verlos como algo natural. Además, eran aún más comunes entre familias ricas, como la nuestra.
El matrimonio de Arnold había sido planeado originalmente con mi hermana, pero él aseguraba haberse enamorado de mí y se opuso rotundamente a casarse con ella. Yo, por supuesto, no tenía ni voz ni voto, así que el joven cambio de prometida como de zapatos y eso me costó la buena relación que llevaba con mi hermana.
Yo pertenecía a la familia Lodge, una de las más ricas de Londres.
Nuestra familia tenía incluso relación con la reina Victoria, lo suficiente para ser invitados, en ocasiones, a cenas en el palacio de Kensington.
—Señorita Caroline—me dijo la voz de Jane, la criada—. ¿Qué hace despierta a estas horas de la madrugada?
—Tuve pesadillas—dije mientras me retiraba—, pero ya estoy mejor. Me voy a acostar.
—Claro, señorita. Ah, le recuerdo, mañana vendrá a visitarla su prometido. Temprano en la mañana estaré en su cuarto para arreglarla.
—Está bien. Buenas noches, Jane—dije con una sonrisa amable.
—Que descanse.
Jane me caía bien, era una persona muy amable y un poco distraída, pero muy buena. Cuando era pequeña su madre trabajaba en la casa y yo jugaba con ella, ahora que había crecido formaba parte de los trabajadores de la casa.
Me acosté en mi cama, sin estar cansada aún, pero intenté dormir, ya que mañana me visitaría Arnold y tendría que estar lista muy temprano.
—Señorita—me despertó suavemente la voz de Jane—, es hora de levantarse.
—Cinco minutos más—dije abrazando la suave almohada de plumas.
Se rió quedito.
—El señor Rumsfeld llegará muy pronto, hay que darnos prisa.
Suspiré y me levanté de la cama. Fui al baño en compañía de Jane. La tina había sido previamente llenada de agua caliente y colonia. Jane me quitó mis ropas y me ayudó a darme un baño. Una vez terminado nos dirigimos al closet que había en mi habitación.
—¿Qué quiere usar hoy?—me preguntó Jane, abriendo de par en par las puertas del ropero.
—Ese vestido no lo he usado ¿cierto?—le pregunté, señalando el largo y hermoso vestido que mi padre había traído de Francia.
—Creo que no—contestó con una sonrisa—. Podría usarlo, es muy hermoso y cautivaría al joven Arnold.
—Usaré ese—dije finalmente.
—Buena elección—dijo, entonces tomó el vestido rojo, lo sacó del closet y lo puso sobre la cama.
Me puso la ropa interior y el corsé, después el vestido, con un escote pronunciado. Cepilló mi cabello, lo peinó en una trenza que enrolló en mi cabeza y me hizo unos cuantos risos que salían de mi flequillo.
Justo cuando Jane acababa de ponerme los zapatos entro Margaret, otra criada que trabajaba en la mansión.
—Señorita, ya llegó su prometido—dijo Margaret con seriedad.
—Ya voy—dije parándome de la cama y alisando mi vestido.
Me miré una última vez en el espejo antes de dirigirme a la sala, donde Arnold siempre me esperaba.
—Caroline—dijo cuando me vio bajando las escaleras—, te ves preciosa, como siempre.
—Gracias, Arnold.
Tomó mi mano y la besó cuando hube bajado las escaleras.
—Veo que estás usando el vestido que te trajo tu padre—dijo mi madre, que se encontraba sentada en uno de los elegantes sillones de la sala.
Ella era castaña y de piel no tan pálida como la mía—yo era la única albina de nuestra familia—, tenía ojos castaños y era de complexión ancha.
—Sí, lo estoy estrenando—dije con una sonrisa de cortesía.
—Que bien. Los dejaré solos. Margaret, Jane, vengan conmigo—dijo severa mi madre.
—Sí, señora Grace—dijeron ambas al mismo tiempo y la siguieron.
—¿Cómo has estado, querida?—me preguntó Arnold mientras salíamos de la casa, a su carruaje,
—Cansada—dije sin pisca de interés.
Yo no le guardaba mucho cariño a Arnold, puesto que realmente me casaba con él por órdenes familiares y como cualquier chica, mostraba rebeldía ante el cumplimiento de algo que yo no quería hacer.
—¿No has dormido bien?—dijo él, como siempre, educado.
A pesar de mi rechazo él jamás me había faltado al respeto y siempre se comportaba caballeroso. Era un chico apuesto, solo dos años mayor que yo, rubio y con su pelo siempre peinado para atrás. Tenía ojos azules y piel blanca.
—No, he tenido pesadillas.
—¿Qué es lo que te atormenta?
—Nada en especial. Sueño a veces con gárgolas que vienen por mí.
—Jamás dejaría que te pasara nada—dijo con solemnidad mientras abordábamos el carruaje.
Suspiré.
—¿A dónde iremos el día de hoy?—pregunté.
—Al mercado de Londres. Quiero que hagamos juntos los preparativos de nuestra boda. Mi hermana está en las tiendas de alta costura. Te está esperando para que compren juntas el vestido, mientras yo veré lo referente al banquete.
—Perfecto—dije con una pisca de sarcasmo que él no notó.
Su hermana se llamaba Christina y era arrogante y vanidosa. Se llevaba muy bien con mi hermana, pero a mí no me soportaba. Ella era rubia, igual que Arnold y tenía los ojos del mismo color que él, se parecían bastante. Christina era un año mayor que Arnold y estaba casada con un embajador americano rico.
Me quedé dormida el resto del camino.
—Despierta, Caroline. Hemos llegado—me dijo la voz de Arnold suavemente.
—¿Qué?
—Llegamos a la tienda de alta costura. Mi hermana te espera.
—Ah—fue todo lo que dije, enseguida bajé del carruaje.
Christina esperaba dentro de la tienda.
—Caroline—me saludó con un beso en la mejilla—, que gusto verte.
—Igualmente—dije sonriendo con hipocresía.
—Las dejo. Iré a ver el banquete, paso por ustedes aquí en una hora. Philip, cuida de ellas—le dijo a su guardaespaldas.
—Sí, señor.
—Querida, he visto estos vestidos para ti. Acompáñame al vestidor—dijo Christina, dándome la espalda y asiendo señas para que la siguiera.
Suspiré y la seguí a los vestidores, donde tenía cinco vestidos que quería que me probara.
Ella se sentó en la silla que estaba afuera.
—Anna, ayúdala a cambiarse—le dijo a su criada.
—Sí, señora—contestó la aludida. Entonces se metió al vestidor conmigo y cerró la cortina detrás de ella.
Me quitó el vestido rojo que llevaba puesto y me puso el primer vestido de novia que nos mostró Christina. Era largo, como todos los vestidos de la época, tenía un escote muy pronunciado y tenía bordado de flores pequeñas en el borde del escote. Las mangas, que no cubrían los hombros, llegaban hasta los codos, eran de tela transparente y terminaban ligeramente acampanadas.
—Listo, señorita—dijo Anna cuando terminó de vestirme.
Salí del pequeño vestidor y me miré en el espejo. A decir verdad el vestido me sentaba muy bien y hacía lucir mi pequeña cintura.
—Te queda horrible—dijo Christina, con cara de disgusto—. Pruébate el siguiente.
—A mí me gusta como se ve—dije, dando vueltas para verme el vestido de diferentes ángulos.
—Bien, será una de las opciones, pero aún así, pruébate el siguiente—dijo con voz mandona.
Rechine los dientes y le hice caso.
El siguiente vestido era igual de largo y era liso totalmente hasta llegar a la parte trasera del faldón, que se alargaba en la parte de atrás en forma de abanico. También tenía un escote pronunciado, pero no tenía mangas, solo tirantes muy adornados con vaporoso encaje. Me gustó incluso más que el anterior y al final, después de probarme los tres vestidos restantes por ordenes de Christina, fue ese el que elegí.
—Me gustó más como se te veía el último—dijo Christina con malicia, sabiendo que el último era dos tallas más grandes que la mía y me hacía ver gorda.
—Pues yo estoy conforme con mi elección—dije sin mostrar ninguna clase de enojo. Ella disfrutaba mi irritación, así que no pensaba mostrarle realmente lo enojada que me ponía su presencia.
Ya habíamos terminado las compras adicionales al vestido y esperábamos a Arnold en la banca que se encontraba afuera de la tienda.
Eran las diez de la mañana cuando finalmente llegó mi prometido.
—¿Las hice esperar mucho?—preguntó cuando nos vio sentadas en la banca.
—A decir verdad, un poco—dijo la víbora que era su hermana.
—Solo media hora—dije amablemente. A pesar de que no quería casarme con él, no soportaba que su hermana fuera tan desagradable, porque él siempre me defendía.
Mi gesto protector pareció gustarle y me sonrió con cariño.
—Entren al carruaje, por favor—nos dijo. Tomó mi mano y me ayudó a subir.
Arnold no soltó mi mano cuando estuvimos dentro del carruaje. Su hermana nos miró con cara de indiferencia por un momento y después corrió la cortina de la ventanilla y nos ignoró durante el resto del camino.
No hubo una sola palabra hasta que llegamos a la casa Johnson, donde Christina vivía con su esposo.
—Hasta luego—me despedí de ella.
—Adiós, Caroline. Nos vemos la próxima semana—dijo ella con malicia. La próxima semana sería mi boda con Arnold.
Llevaba planeándose por un año; lo del vestido y el banquete habían sido los últimos detalles.
Bajó del carro y enseguida empezó a andar otra vez.
—Caroline—dijo Arnold, viéndome con mirada serena—, ya casi es nuestra boda ¿no estás feliz?
—Tú sabes que yo no he elegido mi destino—dije, rehuyendo a su mirada.
Él tomó mi barbilla con su mano firme, impidiéndome voltear. Me miró a los ojos, como si estuviera buscando algún sentimiento en ellos. Sea lo que sea que encontró, no perdió ni un segundo y me besó con insistencia. No era la primera vez que me besaba, simplemente era una de esas muchas ocasiones en las que trataba de hacer que yo le correspondiera con mi afecto, un afecto que no encontró en mis labios.
Suspiró derrotado y dejó de insistir con sus labios sobre los míos. Me miró con ojos tristes.
—¿Por qué, si yo te amo, no puedes intentarlo un poco?—me preguntó acariciando mi rostro y mi pelo.
—Soy demasiado orgullosa—dije con voz aburrida y mirándolo a los ojos con mucha seriedad.
—No dejaré de intentarlo—dijo, aunque pareció que se lo dijo a sí mismo. Entonces volvió a besarme, como si con la insistencia con la que se movían sus labios pudiera hacer reaccionar los míos.
Yo solo apreté la boca, volviéndola una fina línea que no se movió para nada. Con su mano libre tocó mi espalda y me acercó a él, pero, nuevamente, no hubo reacción de mi parte.
Me cansé y puse fuerza para alejarme de él. Él respiró hondo y se dejó caer flácidamente en el asiento.
No dijo nada más, solo me miró y yo lo ignoré, como de costumbre. Parecía triste.
Si tan infeliz es, se hubiera casado con mi hermana… pensé, tratando de rehuir a la compasión que sentía por él, pero no pude cuando vi sus húmedos ojos y una lágrima rodando por su mejilla. Me lamenté por haber sido tan mala y me acerqué a él.
Acuné su rostro entre mis manos.
—Lo intentaré—dije con un suspiro. Entreabrí mis labios al tocar los suyos, que reaccionaron de forma instantánea y me besó con la pasión que había estado acumulando por tanto tiempo.
Su lengua se metió en mi boca y acarició la mía, al tiempo que sus brazos se apretaban alrededor de mi cintura, acercando mi cuerpo al suyo.
—Gracias—dijo jadeando, cuando terminó de saciar su sed de mis labios, y besó mi frente.
Asentí y me acomodé en mi lugar, mientras él me rodeaba la cintura con un brazo. Alisé mi vestido y me quedé callada el resto del camino. Sería mejor irme acostumbrando a que así sería mi vida. No es que no fuera placentero—porque sí lo era—, era que simplemente no lo amaba. Yo ni siquiera conocía el amor.
Tenía, aún así, la esperanza de que con el paso del tiempo, quizá aprendería a amarlo, aunque en ese momento lo que más quería era olvidarme de todo y escapar de mi casa.
Cuando finalmente llegamos a mi casa él me acompañó adentro, para pasar un rato con la “familia”.
Al escuchar los carruajes mi madre salió a recibirnos.
—Queridos—nos saludó mi madre con el tono que utilizaba con personas importantes. Por supuesto, ella consideraba importante a mí rico prometido—. Han llegado temprano.
—No hubo demasiado que hacer, señora—le dijo Arnold con educación.
—Por favor, hijo, te he dicho que solo me llames Grace—dijo mi madre con desdén.
—Lo siento, Grace. Es sólo la costumbre—dijo él, excusándose.
—Caroline ¿ya han comprado tu vestido?—preguntó mi madre con una sonrisa.
—Sí, es muy bello—dije amablemente.
—Que bien. Entren a la casa, estábamos a punto de comer un pequeño refrigerio—dijo haciendo pasar a Arnold.
—Gracias—dijo él ante su cortesía.
Yo solo los seguí, callada. Nunca hablaba demasiado, ya que lo que me habían inculcado era que las señoritas parlanchinas no eran bien vistas en sociedad.
Fuimos al patio trasero, donde estaba mi hermana, sentada en la pequeña mesa redonda que usábamos para la hora del té.
Al ver a Arnold su rostro se iluminó, pero en seguida volvió a la cara amargada de siempre. Ella sí amaba a Arnold, o al menos lo deseaba.
—Beatriz—la saludó Arnold con cara seria. Su relación se había vuelto muy rígida desde que él decidió casarse conmigo en lugar de con ella.
Todo había sucedido tres semanas después de conocerme. Él había empezado a actuar demasiado lejano con ella. Yo sabía todo eso porque en ese entonces, Beatriz aún era le hermana cálida que yo tanto extrañaba y que me contaba sus problemas. Yo había entablado una buena relación de amistad con Arnold, pero él pareció querer algo más que amistad. Un día mi madre entró a mi cuarto y me dijo: “Caroline, hay algo importante que debo decirte…” y lo siguiente que recuerdo es que ya estaba comprometida con el ex-prometido de mi hermana mayor.
—Arnold—contestó ella sin mirarlo a los ojos.
Suspiré y me senté con ellos bajo la sombra del árbol que cubría la mesa.
El silenció se apoderó del momento casi instantáneamente.
—Así que… ¿ya tienen el cuarto listo en tu casa para recibir a Caroline la próxima semana?—preguntó mi madre, tratando desesperadamente de hacer desaparecer la incomodidad del silencio, pero desafortunadamente eligió el tema equivocado.
—Si me disculpan, yo me retiro—dijo mi hermana, que al parecer no soportó más.
Abandonó el lugar y Arnold y mi madre siguieron con su conversación.
—Sí, ya está absolutamente todo preparado. Es un castillo, así que las habitaciones sobran—dijo Arnold animadamente—. Ya  no puedo esperar para que sea mi esposa.
Mi madre soltó una pequeña carcajada que pareció genuina. Ella me amaba y le enorgullecía mi matrimonio con Arnold, pero por sobre todas las cosas, me decía que le gustaba que él estuviera tan feliz por casarse conmigo.
Ellos siguieron inmersos en su plática sin siquiera necesidad de mirarme o dirigirme la palabra, supuse que porque ya me conocían y sabían que yo era de pocas palabras.
Arnold se fue hasta que fueron las siete de la noche.
—Me divertí mucho el día de hoy—le dijo a mi madre mientras se despedía de ella.
—Me alegro. Saluda a tus padres de mi parte—le dijo mi madre cuando se despidió.
—Por supuesto. Hasta pronto—le dijo, luego se dirigió a mí—. Y hasta pronto a ti también, mi lady.
Besó mi mano y se fue.
—Caroline—dijo mi madre cuando el carruaje de Arnold había salido ya por las rejas de la parte delantera de la mansión—. ¿A caso no podrías ser un poco más expresiva?
—Tú siempre me has dicho que los sentimientos no son bien vistos por la reina Victoria desde que su esposo falleció. Dijiste que tenía que ser muy reservada—dije mecánicamente, recordándole a mi madre todas sus órdenes y recomendaciones.
—Claro, pero eso es con otras personas y en frente de la gente, sin embargo el es tu prometido—dijo bajando un poco más la voz para que las criadas no escucharan, ya que los chismes se hacían enormes cuando Margaret andaba cerca—. Tú sabes que las clases sociales son delicadas. Te arriesgas a perder tu puesto si sigues comportándote así con tu futuro esposo.
Me encogí de hombros y le di la espalda. No quería seguir hablando así que fui a mi cuarto, deshice mi peinado y me puse ropas un poco más cómodas. Me costó algo de trabajo quitarme el apretado corsé, pero no estaba de humor para estar con nadie.
Empecé a leer una novela que se había popularizado y que a veces leíamos en familia, pero media hora después de haber empezado a leer la puerta de mi habitación sonó.
—Adelante—dije.
—Señorita, es hora de la lectura en familia—me dijo Jane cuando entró al cuarto.
—No estaré presente esta noche—dije volviendo a mi lectura.
—Pero sus padres…
—Diles que no quiero—dije un poco cortante.
—Como guste, señorita—dijo, entonces abandonó la habitación.
Me arrepentí un poco de ser tan descortés, pero realmente estaba de mal humor.
Traté de concentrarme y seguir leyendo, pero cuando fueron las diez de la noche me puse tensa, ya que la hora de las visitas del misterioso hombre se acercaba, solo faltaban dos horas.
Apagué las luces de la habitación y encendí las velas otra vez.
Respiré hondo y traté de dormir, aunque fuera solo por unos minutos, pero la ansiedad era casi insoportable, tanto que hacía que corrieran ligeras gotas de sudor por mi frente y mi cuello.
Escuchaba el tic-tac del reloj y sentí como cada segundo se hacía más lento que el otro. Tic-tac, tic-tac, tic-tac. Suspiro, suspiro, suspiro.
De repente un ruido proveniente de la ventana cerrada. Me puse tensa, contuve la respiración y esperé, pero no era nada. Otro tic-tac. Otro suspiro.
Hubo cinco falsas alarmas, a la sexta vez que escuché un ruido ni siquiera me molesté en contener la respiración, pero escuché el rechinar de la ventana abriéndose y en seguida mi corazón empezó a latir más rápidamente.
Lo vi entrando a la habitación, tan sigiloso como siempre.
—Hola—dije tímidamente. Supongo que ya nos conocemos.
Él me sonrió y se acercó a la cama, donde se sentó. Se quitó el sombrero nuevamente.
—Hola—contestó con su profunda y atractiva voz. ¿Será cantante?
Me senté en la cama para poder estar a la misma altura.
—¿Me dirás por qué me buscabas?—pregunté, recordando la última noche y nuestra charla de cinco segundos.
Suspiró y miró al suelo.
—¿No recuerdas algún sueño extraño de tu niñez?—preguntó, cambiando de tema.
Lo miré sin la mínima idea de a qué se refería. Seguro puse una expresión graciosa, porque el rió silenciosamente.
—No, no recuerdo ningún sueño extraño—dije encogiéndome de hombros.
—Hm… ¿Y algún sueño en general? No específicamente de tu niñez—preguntó concentrado de nuevo.
Negué con la cabeza.
—Al menos en este momento no recuerdo ninguno—dije frunciendo el entrecejo—. ¿A qué viene todo esto?
—No importa, tengo tiempo para aclarar eso después. Cambiemos de tema—dijo sonriendo.
—De acuerdo, tengo una pregunta.
—Adelante.
—¿Cómo hiciste para saltar desde el balcón y no morir? Y ahora que lo pienso… ¿Cómo entraste?
—Fácil. Magia—dijo encogiendo los hombros.
—¿Magia? Claro…—dije con sarcasmo.
—¿No crees en la magia?—preguntó con un toque de sorpresa.
—No.
Rió ligeramente.
—Que ironía—dijo con un suspiro.
—¿Qué edad tienes?—le pregunté, recordando mi duda de la noche anterior.
—Cincuenta—dijo con media sonrisa, burlón.
—¿Magia otra vez?—pregunté entornando los ojos—En serio…
—Está bien, está bien… Digamos que veintidós.
Lo miré recelosa un momento.
—En fin, dime ¿qué ha sido de tu vida?
—¿Cómo que “qué ha sido de mi vida”?
—Sí ¿qué has hecho últimamente?—preguntó como si fuéramos viejos conocidos.
—Pues… he estado haciendo algunas compras, ya que voy a casarme muy pronto.
—¿Vas a casarte?—preguntó ligeramente sorprendido.
—Sí, lamentablemente.
—¿No quieres casarte?
—No me estoy casando porque yo quiera hacerlo—dije cruzando los brazos sobre mi pecho, disgustada ante la mención de mis órdenes.
Él rió repentinamente.
—¿Qué es tan gracioso?—pregunté levantando una ceja.
—Tú. Pareces una pequeña niña encaprichada.
Lo miré, sorprendida ante tal falta de cortesía.
—¿Disculpa?—dije, ofendida.
—Perdón. No pude evitar reírme ante un gesto tan adorable—dijo inhalando mucho aire para calmarse.
—Está bien—dije sonrojada. Me llamó adorable…
—Tengo otra pregunta—dije recordando algo—. La anterior noche dijiste que yo parecía tu sueño hecho realidad ¿por qué…?
—Porque literalmente lo eres. Tu cabello rojo, tus ojos grises y grandes, tus labios rosados, tu piel blanca y perfecta, tu delicado y delgado cuerpo, tu actitud tímida y petulante, pero a la vez traviesa, toda tú eres mi sueño hecho realidad—dijo, describiendo cada uno de mis rasgos mientras me veía a los ojos.
Sus ojos… Tenía una mirada que, extrañamente, se me hizo familiar. No me refiero a la manera en la que se parecía a la de Arnold cuando quería besarme, si no a que de verdad sus ojos eran familiares para mí, como si lo conociera de otro lugar.
Suspiró, al tiempo que volvía en mí misma, después de haber examinado a conciencia su rostro, tratando de encontrar alguna pista de porque sentía que lo conocía, pero no encontré nada, a excepción de sus hermosos rasgos.
No sabía que decirle. ¿A caso me estaba coqueteando o confesándome que le gustaba? Lo raro no era lo que él decía, si no que a mí me gustaba lo que decía.
—Gracias, supongo—dije aclarando mi garganta, tratando de hacer a un lado el silencio.
—Me voy ahora—dijo levantándose de la cama con elegancia.
—¿Por qué—pregunté demasiado aprensivamente—? Quiero decir ¿Por qué te vas tan pronto?
—Porque tienes que descansar, pero no te preocupes, pronto me verás también durante el día, mi lady—dijo tomando mi mano y besándola como gesto de despedida.
Empezó a caminar hacía la ventana.
—Espera—dije antes de que se alejara.
—¿Sí?—dijo al tiempo que volteaba a verme.
—Quiero ver como haces para saltar por la ventana—dije, y me levanté de mi cama para seguirlo.
Sonrió y murmuró algo para sí mismo.
—Está bien, así de una vez verás que la magia existe—dijo cuando estuve caminando a su lado, hasta el balcón.
Se paró en el borde del balcón y me miró por última vez. Mi corazón latió rápidamente por la emoción.
—Nos vemos—dijo sonriente y poniéndose el sombrero, antes de dar un paso al vacío.
Cayó, como esperé que lo hiciera, pero lentamente, como si fuera la hoja de un árbol. Prácticamente levitó hasta llegar al suelo, desde donde me saludó una vez que terminó su descenso.
Yo solo lo miré con la boca abierta. Lo vi sonreír e irse caminando, hasta que desapareció en las penumbras de la noche.
Regresé a mi cama, aún sin poder creer lo que mis ojos acababan de presenciar, y pensé un poco.
Yo definitivamente lo conocía de algún lugar, pero eso era todo lo que sabía…
Cerré los ojos y lo imagine en mi cuarto, para ver si así conseguía estar con él un poco más, aunque fuera en mis sueños…

6 comentarios:

  1. Me gusta la historia y como está relatada. De forma simple, pero muy bonita :)
    Espero que la sigas pronto.

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  2. :O hey!! jaja a que no adivinas quien soy XD
    soy Yaoi Love jajaja la autora de "Me niego a admitir" que gusto verte por otra de mis historias! jajaja
    gracias por comentar y que bueno que te guste!! me pone muy contenta ^_^

    un beso!! XD

    atte. Ale_Gorrito (Yaoi Love) :3

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  3. AAAME LA HISTORIAAA(: QE BUENO QE ENCONTREE ESTE BLOOG SIGE ASI ME GUSTA LA TRAMA Y ESCRIBE PROONTO PORFAAVOOR!
    PD. TE SIGOO MIREINAA;)
    PD2. PASA POR MI BLOOG www.mimejor-amigo.blogspot.com

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  4. :O muchas gracias por tu coment!! me hace muy feliz :')
    y claro que me pasaré por tu blog, con gusto! XD
    que bueno que te guste esta historia, la verdad tiene milenios que no actualizo, pero prometo pronto hacerlo! ^^
    un beso!

    atte. Ale Gorrito :3

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  5. :O! i like it! i really like it!
    Está muy bueno gorrito-san!
    Besitos :)
    Rizel

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